viernes, 18 de enero de 2013

Jugársela por un cuadro

En un libro fascinante titulado (tanto en inglés como en castellano) The Monuments Men, Robert Edsel (merece la pena visitar la página web correspondiente http://www.monumentsmen.com/) nos cuenta cómo un grupo de lo que hoy no dudariamos en denominar pringados abandonó familia, trabajo y nación para trasladarse al continente europeo con el fin de documentar el expolio artístico perpetrado por los nazis y tratar de proteger y reparar las obras de arte (cuadros, estatuas, manuscritos, edificios) que corrían el riesgo de perderse sin remedio, víctimas, como las humanas, del sinsentido de la Segunda Guerra Mundial.

Se trataba de una pequeña comunidad de ingleses y norteamericanos cuya media de edad superaba bastante la del soldado común; con formación universitaria y carreras profesionales exitosas que dejaron atrás sin dudar; con esposas y familias que sobrellevaron con entereza lo que probablemente pensaban era un ataque de locura en sus hasta entonces apacibles esposos.

No obstante, no vacilaron ni un minuto en volar hasta Francia, Holanda, Dinamarca, asociados a las tropas regulares que los trataban con una mezcla de perplejidad y desdén (muy pocos oficiales llegaron a tomarlos verdaderamente en serio); desembarcaron en la playa de Utah el Día D; se las arreglaron para viajar de una ciudad a otra, de un pueblo a otro en transportes prestados, haciendo autostop o a pie; no disponían de oficinas, teléfonos, radio o de máquinas de escribir (su "equipo" era el resultado de lo que otros abandonan o descartaban debido, con frecuencia a su mal estado); y pese a todo ello, se las arreglaron para salvar y rescatar gran parte del acervo artístico de una Europa que se desangraba.

La lectura de The Monuments Men asombra: por su contenido, por su estilo documental y por la pasión de aquellos hombres (y alguna mujer) que ha logrado contagiar a Edsel. Cuesta creer que alguien pueda abandonar una exitosa carrera como arquitecto para unirse al ejército de Patton y viajar hasta Normandía, arreglárselas con un equipo de sólo dos personas para fotografíar y proteger los tesoros artísticos del territorio ocupado por el Tercer Ejército y aún así encontrar tiempo para escribir breves tratados sobre aquellos, que sirvieron a los soldados de Patton para aprender sobre ellos y apreciarlos.

 Me pregunto si todavía quedan personas así, dispuestas a jugársela por un cuadro, por un libro, por un tapiz; individuos que aún creen firmemente que el pasado es parte de lo que somos y que si bien hoy preferimos vernoos a nosotros mismos como homínidos enganchados a un smartphone, tal cosa no hubiera sido posible si alguien, alguna vez, no hubiera pintado una joven dama sosteniendo un armiño entre los brazos.

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