lunes, 19 de noviembre de 2012

De nuevo... Crepúsculo.

Que conste que me he resistido todo lo que he podido, pero la feroz campaña publicitaria que acompaña el estreno del último capítulo (por fin) del culebrón de vampiros guaperas, unida a varias coincidencias pasmosas, me obliga, que digo obliga, me arrastra a comentar el fenómeno.

Coincidencia número uno: hace algunas semanas escribía Arturo Pérez-Reverte en su columna dominical de El Semanal de lo harto que estaba de villanos descafeinados y pasados por la turmix del buenismo y lo políticamente correcto; entre los denostados, naturalmente, los vampiros nenazas fruto de la imaginación mormona y ñoña de la Sra. Meyer, así como los hombres lobo reciclados y los piratas timoratos, entre otros. Su defensa del malo, no obstante, no nace de una psicopatía no diagnosticada, sino del argumento perfectamente defendible que afirma que, sí, amiguitos, lo sentimos, pero el malo es malo y el bueno es bueno, y una infancia difícil puede explicar pero no justificar la masacre en un instituto o un centro comercial. El escritor defiende, como defendemos muchos, que los niños son pequeños, pero no idiotas y que exponerlos de vez en cuando a lobos feroces que se meriendan a la mema de Caperucita no sólo no los traumatiza; tal vez los prepare un poquito mejor para saber reconocer lo blanco de lo negro.

Por ello, me voy a repetir: la tendencia contemporánea que convertir a monstruos en personajes atractivos y torturados por su condición o su pasado, que por otro lado abunda sobremanera en la ficción para gente joven (léase chicas), no sólo es literariamente cuestionable porque casi nunca produce textos de calidad: es, creemos, inmoral. Nos pongamos como nos pongamos, no vale todo: hay ideologías malsanas, hay sistemas deleznables y hay hombres y mujeres malvados. Todos ellos merecen ser condenados, por un juez o por un dios. El perdón sólo llegará cuando haya arrepentimiento y compensación.

Coincidencia número dos: haber leído en uno de los muchos blogs de El País electrónico una entrevista con una serie de fans de los memo-vampiros, siendo una de ellas una empresaria de 42 años que confiesa tan ufana que se junta con sus amigas a ver las películas armadas con palomitas y pañuelos de papel (para restañar las lágrimas de emoción) y que por supuesto hará cola para el estreno de la última. A ver, todos tenemos nuestros pecados inconfesables y para frikis, la propia autora de este blog; pero por pura vergüenza torera no se confiesan, y menos cuando se tiene una edad y una reputación que mantener. Eso sin  contar si el objeto de tu deseo es un petardo. Que sí, que la constitución garantiza la libertad de opinión. Allá cada cual. Pero luego no te quejes cuando la gente te mire raro cuando confieses tu pasión por un libro que no vale el papel en el que está escrito. Cervantes seguirá siendo magistral por los siglos de los siglos y Meyer... bueno, Meyer, creo, ha escrito un sólo libro después de la serie Crepúsculo: una cosa llamada The Host que viene a ser como La invasión de los Ultracuerpos en versión esquizofrénica y ñoña que además, dice, está orientada a los adultos. Pues qué suerte la nuestra. No voy a hablar de él porque no pienso leerlo.

Por cierto que me acabo de enterar que se ha muerto Miliki. Muchos sí que confesaríamos gustosos nuestra afición por los payasos de la tele, ya ves, ahora mermados...

No hay comentarios:

Publicar un comentario