martes, 13 de marzo de 2012

El tirón del papel

Confieso que por fin me decidí y lo compré. Mi primer libro electrónico. Tiene el tamaño de una libreta, el peso de un libro de bolsillo (de los finitos) y el aspecto elegante y sofisticado de un artilugio con el que se podrían teletransportar un arma láser a la nave tripulada que amenaza con desintegrar nuestro planeta.

Según el tipo de la tienda, tiene capacidad para 800 libros y una autonomía que te permite leer 800 páginas. Mágico número ocho. Ni yo ni nadie, a menos que se haya caído de un avión en llamas y haya ido a para a una isla supuestamente desierta habitada por osos polares lejos de su hábitat, se lee 800 páginas de un tirón. Y lo de los 800 libros, bueno, habrá momentos en que la versión electrónica de La Regenta pueda borrarse para dar paso a otro best-seller de la época. Al cabo, uno y otro son recuperables gracias a las maravillas de la descarga en formato epup (Gracias, Proyecto Gutenberg).

Mi inicial resistencia al e-book no se debía a una especial querencia al papel (al cabo, los e-books servirán para conservar los árboles, pero seguro que contaminan o molestan o perturban el medio ambiente de otra manera que aún tengo que averiguar); no. En realidad se debía a una incapacidad para entrar en la sección correspondiente en cualquier tienda o gran almacén y escoger el modelo que más me convenía: todos me parecían iguales. Algunos, los de la marca de referencia, vienen en rojo; otros tienen tantos botoncitos como el salpicadero de un crucero interestelar; los de más allá son completamente táctiles... los chicos con chaleco bordado con el nombre del establecimiento tampoco es que sean especialmente comunicativos (sin duda deben de estar hartos de preguntas idiotas) y al final una se decanta por el que combina mayor capacidad con menor peso. Se trata de no llevar el tratado de 700 páginas en el bolso y que el hombro no se acabe descolgando...

Así que terminé llevándome el primero que me gustó, como suele ocurrir. 

Una vez en casa, descubrí una serie de cosas curiosas: hay formatos de lectura que sólo son compatibles con un modelo de libro electrónico en concreto (To kindle or not to kindle? Gracias, Amazon, pero los ebooks gratuitos que ofertais son un rollo y además una buena parte de ellos sólo se puede comprar en la filial nacional correspondiente; estúpida política comercial, por otra parte); los libros recientemente publicados tienen, en su versión electrónica, un precio no tan diferente de la versión tradicional impresa, cosa que algunos esperamos que cambie, y pronto. Así que, ¿para qué me he comprado un cacharro más, que junto con los portátiles, el móvil, el DVD, el módem, el router, la Nintendo, etc, hace que mi casa parezca una casa de empeños de artilugios electrónicos?

La respuesta está en los clásicos. Cuando por fin me decida a lanzarme a la compra en red (en eso sigo siendo de los antiguos y necesito tocar el objeto antes de soltar la pasta), estoy segura de que mi biblioteca virtual se llenará de títulos contemporáneos. Entretanto, he descubierto que me puedo llevar La Regenta, los cuentos de Kipling, las obras de Will Shakespeare, un ensayo de Mark Twain, los horrores de Sheridan Le Fanu y los artículos de Larra en una sola mano; que puedo saltar de uno a otro según me apetezca; que puedo releer aquellos textos que marcaron mi educación (a veces mi vida) sin temer que el precioso libro, de tan sobado, se me deshaga por fin entre las manos; que puedo aumentar el tamaño de letra, cosa que a los de cierta edad y cierto tipo de gafas nos parece uno de los avances del milenio...

Así que bienvenido a mi vida. De momento, me deleito con los avatares de Ana de Quintanar y con las críticas de Samuel Clemens al humor de los ingleses. Más adelante... hasta a los insoportables elfos estoy dispuesta a dar asilo en mi libro electrónico...

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