lunes, 23 de enero de 2012

El regreso de los chupasangres.

Los seguidores de este blog (los cuatro) saben de mi inquina hacia los vampiros. No es nada personal. Es que no me trago lo del glamour. Ya en su momento me despaché a gusto con los Cullen (si en algún momento de la historia del mito ha habido algún vampiro nenaza, sin duda ése es Edward; gracias de nuevo, Stephenie Meyer, por desbancar a Drácula de su trono de sangre y convertir a sus congéneres en unos eternos adolescentes torturados por una interminable - a la par que agotadora, para los observadores - tormenta de hormonas) y con los Magpyr, a quienes Pratchett detesta tanto como yo.


No. Si todavía hay vampiros a los que respete, son aquellos que asumen lo que son (unos monstruos) y se dedican a exterminar a la raza humana con una alegría sólo comparable a su crueldad: dentellada, sorbete de A+ y a otra cosa.

Esos son los que por tercera (ay, última) vez, nos brindan Chuck Hogan y Guillermo del Toro en la culminación de la trilogía vampírica iniciada con Nocturna hace un par de años. A diferencia de los aburrídisimos vampiros antes mencionados, o de los aún más extravagantes especímenes creados por la pluma de Charlaine Harris (que tienen, aún, su versión televisiva en un producto lamentable denominado True Blood - no lo veáis, hay maneras mejores de torturar las neuronas) los strigoi de Hogan y del Toro son unas auténticas bestias despiadadas que sólo viven para exterminar el género humano por expreso deseo del Amo, un vampiro renegado que al comienzo del tercer capítulo de la historia se ha hecho con el poder absoluto sobre todo el planeta. Como suena. 

Ni internet, ni aviones, ni teléfono, ni periódicos... los humanos han sido reducidos a meros productores de hemoglobina y muchos de ellos encerrados en campos de trabajo, condenados a donar sangre a su pesar y a trabajar para el bienestar de sus nuevos dueños que, en lugar de capa, ostentan un afilado apéndice en la garganta con el que atacan a sus víctimas con sanguinaria e inmisericorde eficacia. Como era de esperar hay una especie de resistencia compuesta por una docena de humanos desesperados, pero quien sabe si al final claudicarán ellos también al poder de la nueva raza...

The Night Eternal (se ha traducido al castellano por Eterna) conserva lo que los anteriores volúmenes de la trilogía: ritmo trepidante y cinematográfico, un lenguaje sugerente (no os dé pereza leerlo en inglés) y su punto de reflexión filosófica que no molesta en absoluto en una historia que es total y absoluto entretenimiento. Qué satisfacción da encontrarse con productos que, al igual que los vampiros genuinos, asumen lo que son sin complejos y ofrecen al lector unas cuantas horas de total desconexión del mundo. Y es que, para leer a Heidegger en alemán, hay otros momentos, hay otros libros...


The Night Eternal está publicado en inglés por HarperCollins y en castellano por Suma de Letras.

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