sábado, 2 de abril de 2011

Never look back.

Alguien cuyo nombre no recuerdo dijo en cierta ocasión que la novela negra es equivalente a la novela realista del siglo XX (y, asumimos, del XXI). Comparto completamente esta opinión: los mejores retratos de lugares y gentes que he leído últimamente, en particular de enclaves tan remotos como Estambul o Tokyo, los he encontrado en relatos con trasfondo policiaco.

De modo que si lo japonés está de moda (y no necesariamente por los recientes y lamentables acontecimientos), no es tan sólo por la invasión de anime, manga y restaurantes de sushi que empiezan a encontrarse casi en cada esquina (y en la sección de congelados del Día), sino porque los mostradores de las librerías empiezan a poblarse de títulos y nombres de resonancias asiáticas. Hay vida literaria más allá de Haruki Murakami. Y parte de esa vida es profundamente oscura, brutal y aterradora.

Natsuo Kirino es para muchos críticos y sin duda para todos sus fans, la mejor retratista de un Tokyo esquizofrénico muy alejado del kimono y de las tribus de Shibuya. Nacida en 1951, abogada de profesión, alcanzó renombre internacional con Out (1997).

En dicha novela, un ama de casa cuya familia podría ilustrar la definición de “disfuncional” en el diccionario; una adicta a las compras ahogada por las deudas; una mujer sin vida propia entregada al cuidado de los demás; y una joven esposa y madre maltratada por su marido, comparten horario y amargura en una fábrica de comidas preparadas. La joven esposa asesina accidentalmente a su marido durante la última pelea y Kuniko, la intensa e inteligente ama de casa, lo descuartiza en el cuarto de baño ayudada por sus compañeras. A partir de entonces ninguna volverá a ser lo que era; más bien, cada una descubre quién es en realidad y asiste, perpleja, fascinada, a la revelación de su propia alma, con sus luces y, sobre todo, sus sombras, esas auras negras que han tenido que ocultar bajo la fachada de mujeres sumisas, resignadas a una vida plana y sin alicientes.

De la misma manera que Kuniko y sus compañeras cruzan una frontera invisible hacia su yo genuino (no necesariamente bondadoso y agradable) los adolescentes protagonistas de Real World, y la oficinista-prostitua de Grotesque, abrazan la peor parte de sí mismos con escalofriante serenidad. Son lo que son, y lo llevan al extremo. El hecho de que se trate en todos los casos de personajes de partida débiles, insignificantes, con una mal resuelta insatisfacción general ante la vida hace de estas historias un extraordinario relato de crecimiento pervertido. Los protagonistas sufren un rito de paso hacia lo peor de sí mismos: y lo aterrador del asunto es lo bien que a partir de entonces encajarán en su mundo...

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